Erase una vez, un elefante triste. Estaba sucio, porque él no podía llegar a lavar su espalda. Todos los demás animales, no querían jugar con él porque era maloliente.
El elefante se sentó debajo de un árbol, donde nadie pudiera verlo y se puso a llorar. Tenía la cabeza colgando hacia abajo, emanando gruesas lágrimas. Se sentó y lloró durante días. Un día, cuando las lágrimas se habían secado, se fue a rascar la cabeza y sintió un golpe en la espalda. Entonces se dio cuenta de que su nariz se había extendido debido a que se mojó con las lágrimas.
Fue al río y con su tronco, lo metió en el agua y llevo el agua hacia arriba. Luego se roció la espalda con ella.
Todos los demás animales se acercaron a él y le dijeron » Eres tan limpio y tienes un aroma tan rico”, «¿ Quieres jugar con nosotros?», por supuesto él dijo inmediatamente que sí. De esta manera pudieron jugar todos juntos.
Pues vaya. Me quedo con el cuento de Kipling…