¿Hasta qué punto se debe confiar en lo que nos dicen los sentidos? Pues bien, ellos nos brindan la posibilidad de entrar en contacto con el mundo que nos rodea, percibir diferentes gustos, apreciar la belleza de una buena melodía o sentir la suavidad de una caricia. Los sentidos nos proporcionan diariamente el bagaje cognitivo primario con el cual nos relacionamos con los objetos, con las personas, con nuestro trabajo, etc. Más allá del carácter emocional y afectivo que se le pueda dar a cada uno de los elementos que nuestros sentidos perciben, la vista, el gusto y el resto de nuestras elementales maneras de acercarnos al entorno son la forma casi primitiva mediante la cual nuestra personalidad se va conformando.
Son variadas las teorías psicológicas y fisiológicas que nos entregan información acerca del mundo sensorial y de las muchas formas de percibir que como seres humanos contamos. Lejos de centrarnos en una de ellas en particular, no deja de ser lícito preguntarse si vale la pena confiar plenamente en la información que nos entregan los sentidos. Sin entrar en materias ligadas a la psicopatología (donde, por ejemplo, en el caso de las psicosis, existen alucinaciones sensoriales), en el mundo cotidiano nos encontramos con situaciones “normales” en las cuales nuestros órganos de los sentidos juegan a engañarnos.