En la actualidad, existe una película de cine que de verdad merece la pena disfrutar por su gran trasfondo emocional: 15 años y un día es mucho más que un reflejo de una adolescencia conflictiva. Muestra los temas pendientes dentro de una familia que tiene mucho que decirse.
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Jon, un niño rebelde
Jon es un niño rebelde que es expulsado del colegio por su falta de disciplina. Sin embargo, su infancia tampoco ha sido sencilla: su padre se suicidó. Un tema que su madre nunca trata con el joven. Sin embargo, los profesores de Jon sospechan algo puesto que el niño nunca habla de su padre en los test psicológicos. Este ejemplo sirve que para comprender la actitud de un adolescente también es importante analizar su familia.
Además, Jon muestra también que tiene un gran corazón más allá de ese espíritu rebelde tan propio de la adolescencia y de sus formas tan poco adecuadas en más de una ocasión. Sin embargo, 15 años y un día se adentra de una forma dramática en el retrato de la adolescencia en donde existen víctimas y perseguidores, personas populares y otras que sufren humillaciones, la importancia de pertenecer a un grupo y la presión por hacer aquello que hace la mayoría. La suma de estos elementos puede derivar en un suceso trágico como de hecho, sucede en la película.
Segundas oportunidades
15 años y un día es una película que más allá de su sabor amargo deja una puerta abierta a la esperanza ya que todos los personajes tienen una segunda oportunidad en su vida. La película muestra que siempre es un buen momento para empezar desde cero y para acortar distancias en la relación entre padre e hija, abuelo y nieto y entre dos personas enamoradas.
Quince años y un día refleja algo muy humano: a todos se nos olvida cómo fuimos en la adolescencia. Es decir, actitudes que son normales en la adolescencia dejan de serlo en otro contexto de la vida. Por ello, para comprender ciertos gestos adolescentes conviene enmarcarlos en su contexto adecuado.