Una culpa compartida

Siguiendo con una culpa compartida, debemos de saber que desde el otro lado de la balanza o haciendo un ejercicio de “abogacía del diablo”, haría referencia el principio básico y tantas veces nombrado que: “dos no pelean si uno no quiere”. Después del embelesamiento, promesas y ofertas recibidas por nosotros, deberíamos haber hecho un ejercicio de razonamiento, de análisis de necesidades reales, y/o de capacidades.

Cuando nos acercábamos a un “establecimiento financiero de crédito”, nuestra caja de ahorros o banco de toda la vida, a contratar una simple cuenta corriente, salíamos pensando que con todo lo que nos había ofrecido el director o responsable de la oficina, podíamos comprar nuestros sueños o aspiración social, y es más, inducido también por vecinos, amigos o familiares en los que veíamos que formalizando un préstamo o crédito, tenían acceso a esa vivienda ajardinada, esas vacaciones de ensueño o ese coche de altísima cilindrada.

Pues haciendo balance de los errores cometidos tanto por familias como por la banca, nos encontramos con un daño recíproco; Por un lado las unidades familiares o empresas no tienen acceso al crédito y los embargos están a la orden del día; Y por el otro, la banca tradicional ha dejado sus roles primitivos de concesión de activo y prestación de servicios, por el de agencias comerciales donde se venden inmuebles (inmobiliarias) que dicho sea de paso han servido, en la mayoría de los casos para falsear o errar en la presentación de unos balances por medio de unas tasaciones que no se ajustan a la realidad.

 

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