Nuestro organismo tiene implantado un ritmo de vida de 24 horas, que cada día, según la información que recibimos por los ojos, se va actualizando. Es decir, entre el verano y el invierno nuestro metabolismo cambia para adaptarse a las diferentes horas de luz.
Cuando se produce un cambio brusco en la información que recibimos por la retina, se puede alternar el metabolismo de muchas maneras. El ejemplo más conocido de este fenómeno es el “jet lag”, es decir, la dificultad para adaptarse a los horarios cuando se viaja a un país con una zona horaria diferente a la nuestra.
En el caso del cambio horario que se realiza anualmente para ahorrar energía, sólo se retrasa o adelanta una hora, por lo que la influencia sobre nuestro metabolismo no es demasiado grande. De todas formas, algunas personas sí que pueden sentir un poco de desorientación horaria, pero muy leve y que durará solamente unos pocos días.