Biutiful

La cercanía de un desenlace siempre provoca. Sentir que tienes tanto por arreglar y poco tiempo para dejarlo preparado… Bardem entiende y transmite esto cuando interpreta a Uxbal en Biutiful. Pero Iñárritu se olvidó de dar un poquito de oxigeno cuando decidió contar una historia de 154 minutos de dramatismo absoluto.

La mafia, la corrupción, la inmigración, la orfandad, la muerte, las «energias», el maltrato, la droga, la infidelidad, el alcohol, la enfermedad mental, el miedo, la rabia, la impotencia ante el mundo y ante la vida, la enfermedad física, las consecuencias de la dictadura… TODO. Todo lo malo que pueda existir esta reflejado en esa cinta. Te sobrepasa tanto que dejas de sentirlo. Las imágenes (perfectas) te atacan mal. Cada plano intenta provocarte dolor con una parte de una historia que no tiene ni una pizca de frescor para quitarle la peste a rancio, que se pasa de sucio y gastado, que casi te llegan las arcadas que provoca lo podrido… Es triste, pero de tan triste no consigue ni doler ni conmover, sino que agota. Esta orgía de sufrimiento se desarrolla en Barcelona. Las localizaciones no pueden ser más apropiadas. La poesia de la imagen intenta llevarte ese sentimiento de miseria mediante planos de pájaros en árboles, de insectos en ventanas o de similares recursos que, sin desmerecerlos, como con el exceso de historias tristes, de tan usados terminan perdiendo valor. Lo mismo pasa con la repetición de frases místicas y tópicas que intentan decir algo y no dicen nada.

Las notas dramáticas se las pone Santaolalla, como ya hizo con Amores Perros, 21 gramos y Babel… Y acierta como siempre, porque aunque roza el límite del autoplagio, suenan más tristes que nunca.

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