Crítica Criadas y señoras

El origen de una revolución siempre está precedido de pequeños pasos.

Siempre es agradable que te recomienden una película que no sea de estreno con un «a ti te va a gustar». No sólo por la facilidad que otorga el hacer una elección cuando si la cosa sale mal se le pueden echar las culpas a otro, sino por la satisfacción que supone que alguien te conozca tan bien que te pueda asegurar que una película será de tu agrado.

Dicho lo cual, si, me gustó. Aunque es cierto que en ocasiones la historia, quizá por intensa pero con esa emoción regularmente dirigida, se hace un poco larga. No en vano son 2 horas y media de película que puede considerarse una especie de mezcla entre Tomates verdes fritos, Lo que el viento se llevó, o cualquier otra cinta costumbrista donde los roles de la mujeres están tan caracterizados por la época en la que son y la raza supone un problema de sociabilidad.

Quién les iba a decier a los retrógados racista de hace bastante menos de un siglo que el mayor estado del mundo, el jefe supremo (nos guste o no) del planeta iba a tener un representante negro. Hay quienes se revolverían en su tumba de saberlo y hay quienes llorarían de emoción de estar vivos. Porque el camino no fue fácil. Porque por alguna broma del destino o porque África está en el Sur y alguien decidió que el Sur estaba abajo o porque en las convenciones sociales alguien de piel clara fue más rápido y tacho de impuros a los de la piel oscura o… Quién sabe… El caso es que la raza negra estuvo, durante muchos años, maltratada por una malcreida raza blanca superior en status pero inferior en humanidad. Y así, las mujeres reprimidas y privadas al igual de cualquier tipo de libertad, se creían en la posesión de la verdad y del poder para ejercerla.

De eso va esta cinta, de las criadas negras y con una vida triste de sirvienta sin derechos ni dignidad y de las «amas» que, sin saberlo, tampoco tenían ningún tipo de capacidad de acción más que elegir qué ropa ponerse para agradar a su pretendiente o encontrarlo no fueran a caer en el horrible castigo de permanecer solteras y, por lo tanto, marginadas por el resto de mujeres del lugar. Falta de libertades y ausencia total de interés de cambiar las cosas. Incluso hay una escena en la que se repite la tan recurrida (también hoy día) frase de «si siempre ha sido así ¿por qué quieres cambiarlo?» como si el paso del tiempo le otorgara a lo establecido una especie de incapacidad de mejorar.

Criadas y señoras es una tierna historia donde lo bueno y lo malo están claramente definidos y donde «los buenos» y «los malos» se van desarrollando a lo largo de los minutos hasta alcanzar lo que son. Sin una interpretación especialmente reseñable de nadie (quizá si de Octavia Spencer, que por algo se llevó el Oscar como mejor secundaria), conmueven todas. La cinta tiene más fuerza en las actrices que en el desarrollo de la historia que puede parecer un poco blanda para el tema que se está tratando.

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