Lo que más sorprende de Intocable es que es capaz de conmover a cualquier tipo de espectador. Me explicaré: vi la película hace tiempo, me gustó, sin más… Bien contada, bien montada, bien dirigida, bien expresada… Pero no me fascinó. Pero la tuve que volver a ver cuando, tras varias semanas, gente de todo tipo de gustos cinéfilos me dijo «Intocable, qué peliculón»… Bien, me paré a reflexionar sobre el por qué en esa homogeneidad en la opinión sobre una película y llegué a la conclusión de que el ser humano empatiza con el cine tanto que una historia tan sencilla conmueve y sacude el alma más que el drama más triste expresado en otras cintas tipo Biutuful o Precious… Llorar en el cine vale, sufrir ya mejor no. Ahí, en mi opinión, está el éxito de Intocable, en la sencillez. Un tetrapléjico, condición a la que todo el mundo le tiene el pánico más absoluto y, a partir de ahí, una historia. Una relación humana, una mezcla de carácteres, un unirse en el dolor sin recurrir a la compasión.
La mejor escena es, sin duda, cuando en un momento de la película el tetrapléjico (conmovedora sonrisa la de François Cluzet) intenta encontrar a un cuidador y todos tienen el trato absurdamente condescendiente de quien tiene toda la movilidad en su cuerpo. Driss, Omar Sy, es el inmigrante argelino recién salido de la cárcel que consigue hacer que Philippe recupere las ganas de vivir. Tan fácil como que quien menos tiene es más feliz y quien más tiene peor sabe gestionarlo. Tan sencillo como eso, y como la necesidad de reirnos hasta de las mayores desgracias con tal de sobrevivir, es Intocable. Un cine de multicine, apto para todos.
Por último señalar que la película está basada en una historia real y que, al parecer, la familia de los reales personajes no están de acuerdo en como se ha llevado a la gran pantalla. Ni era todo tan bonito, ni salió todo tan bien, pero bueno… Precisamente por eso existe el cine, para evadirnos de la realidad y adecuarla a lo que nos gustaría que fuera.
