La duda

«La duda puede ser un vínculo poderoso y auténtico igual que la certeza»…Palabras del sermón que el cura interpretado por Philp Seymour Hoffman (que ya había hecho sus pinitos religiosos como reverendo en Cold Mountain) dice al comienzo de esta nueva película del director John Patrick Shanley.

Es increible la manera en la que se puede desarrollar una simple palabra hasta llegar a hacer una película entera. Porque no hay más. Toda la cinta, sus 104 minutos, se centran en esa idea. Y ya.

Tediosa sería la palabra adecuada para describir con simpleza esta película. Y no hay mucho más que decir, porque es lenta y sin historia ni argumentos. Paranoicos por lo que no se sabe, el espectador se debate en si la verdad estará de manos de uno o de otro, sin nada más en lo que pensar, sin una reflexión sobre el hecho en sí, o sobre la facilidad de hacer lo que no se debe hacer y poder pasar impune. Dejando que algunas cosas pasen sin pena, ni castigo, ni investigación. Ahí no, en eso no se meten. Eso si quieres lo haces tú mientras te aburres esperando ver cómo termina todo. El único momento que se salva es la la discusión que hay casi al final de la película entre el reverendo y la monja-copiamala-señorita Rotenmeyer: la fabulosa Meryl Streep. Porque eso si, ella es fantástica. Al principio puede pasarte como a mi, que después de ver Mamma Mía y a Streep haciendo de loca hippie no te pega nada en ese papel. Pero luego te convence, te la crees. Te olvidas de sus canciones de Abba y la odias y amas a la vez por su papel de buena-mala.

Y eso es La Duda. Un largometraje de sobremesa que al calor del brasero puede hacerte pasar la tarde.

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