«Los juegos del hambre» ese macabro futuro

Jennifer Lawrence brilla en una hisotoria que intenta abarcar mucho y se queda en nada.

Los juegos del hambre ocurren en un futuro sin ubicar en la nación de Panem donde el Capitolio ofrece un meticuloso control sobre sus sociedades divididas en distritos. Cada año, un chico y una chica de cada lugar son enviados a una lucha a muerte en donde sólo puede quedar uno.
En definitiva, un batiburrillo de ciencia ficción, psudo-filosofía, pseudo-política (en un futuro volvemos al pasado, cuando los gladiadores luchaban a muerte para entretener al pueblo) y Gran Hermano (todo es transmitido por la televisión). En ocasiones incluso me hace recordar a El show de Truman, cuando la pobre Katniss Everdeen es, con perdón, puteada una y otra vez porque así aumenta la audiencia.

La cinta es dirigida por Gary Ross, de manera poco acertada. El fenómeno fan de Los juegos del hambre proviene de unos libros, una trilogía escrita por Suzanne Collins, y Hollywood no desaprovecha ningún éxito literario susceptible de ser llevado al cine. Así pues, pudiendo ser la historia de Los juegos del hambre algo magistralmente realizado como Harry Potter, se queda en un triste Crepúsculo y sus continuaciones (porque de esta también están por venir continuaciones).

Todo en la película es lo que tiene que ser pero que no debería ser. Un futuro distópico esperado, una heroina amazona y guapa, un poquito de romance, una idea sádica, una sociedad mala y rica, unos pobres y oprimidos, una «mijina» de sangre (bastante poca teniendo en cuenta que deben morir 23), un débil y un fuerte, un enamorado en la distancia, una situación familiar de trasfondo que aún está por explicar, Lenny Kravitz haciendo de mentor bueno y preocupado, etc. Todos los ingredientes perfectos para un taquillazo pero también, como tristemente suele ocurrir, para una calidad más bien escasa.

Sin entrar en detalles en lo desagradable que resulta ese movimiento aún por definir que hace Ross con la cámara en las escenas de acción y que hacen a su vez que yo no me enterara absolutamente de nada de lo que estaba pasando, la película se hace larga, se hace predecible, se hace pesada y se hace ñoña. Niños y adolescentes la adoran, como han adorado a Edwar Cullen, pero se perderá en la memoria del éxito momentaneo sin quedar en el recuerdo de la historia del cine más que por el dinero que es capaz de levantar.

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